Por Javier Carrillo
Cuenta Heaton, en su prólogo a la edición revisada de la Relación del nuevo descubrimiento del famoso río Grande (1934) de fray Gaspar de Carvajal, que no ha habido lamento histórico mayor que el que se ha hecho por la pérdida de un presunto tercer volumen de anotaciones hechas por este monje dominico, en el que, se cree, registraba la historia de Abu Bakr ibn Yusuf al-Muradi, también conocido como Al-Multham bi’l-Bustan (El buscador del jardín).
Al-Bustani, como lo apodaron sus colegas, nació alrededor de 1460 en Murcia y se trasladó al sultanato de Granada a sus 20 años para estudiar bajo la tutela de los sufíes descendientes de la escuela del místico Ibn Arabi. Su profunda pasión por la lectura del Corán, junto con su capacidad para interpretar las enseñanzas del gran Muhyi al-Din (Vivificador de la religión), le ganaron rápidamente la admiración de muchos en el reino nazarí. A sus 30, el teólogo andalusí ya había sido nombrado consejero en la corte de Muhammad XII (Boabdil), el último emir de Granada.
Según Heaton, tras la capitulación de Granada, firmada por Boabdil en 1492, Al-Bustani buscó exilio hacia el oeste, huyendo de la persecución católica. Una noche, durante uno de sus ayunos, tuvo una visión en la que una serpiente de gran tamaño luchaba contra un león y lo devoraba lentamente para luego expulsarlo en pequeños huesos a orillas del mar. En la piel del reptil podían distinguirse los caracteres de la Shahāda. El sabio andaluz tomó esto como una señal de Dios y buscó lugar en la expedición secreta de Duarte Pacheco Pereira que zarpó de Cabo Verde y arribó a la isla de Marajó, dos años antes de que Álvares Cabral descubriera oficialmente el Brasil.
Convivió con los Marajoara por un tiempo, y cuando aprendió las bases del tupí-guaraní, tomó prestada una embarcación para iniciar una travesía a contracorriente por el Paraná-Uassú (río Grande en castellano). Sobre su recorrido por el río poco se sabe más allá de que se alimentaba con huevos de tortuga y que, según contó, un malak lo salvó de morir de paludismo al revelarle una mezcla de hierbas medicinales. Para 1501, Al-Bustani había alcanzado la región de la Aparia mayor y se había convertido en el primer hombre «blanco» en contactar con una tribu Omagua.
Al tocar orilla cerca de la unión con el río Napo, el sabio sufí se maravilló de ver hombres con adornos de oro, cráneos ovalados y túnicas de algodón en semejante temperatura. A pesar de su aspecto, fue bien recibido por el Uma Ahua (cacique) al explicar la visión que había motivado su viaje. Luego de adoptar las costumbres, de la mano del chamán estudió los beneficios meditativos de la ayahuasca y su relación con el hachís; interpretó la azora XXV a la luz de la divinidad del agua que veneraban los nativos, y redactó una compilación de qasidas en lengua tupí-guaraní. Sus últimos días los dedicó a un volumen en el que defendía la tesis de que la cuenca del río Grande fue el lugar desértico que, según la leyenda, se convirtió en jardín luego de que el profeta Al-Khidr se detuviera a descansar allí.
El único registro existente de fray Carvajal sobre Al-Bustani describe que, cuando la expedición española de 1542 al mando de Francisco de Orellana desembarcó en la confluencia entre el Napo y el Grande, una multitud de salvajes los repelieron con cerbatanas. Entre ellos, un hombre notoriamente más alto, cuya cabeza sostenía luenga barba y abultado turbante a la usanza morisca, atinó a darle con un dardo en el ojo al monje, dejándolo tuerto. No sería el último infortunio del contingente castellanoleonés antes de que el río Grande, «La Gran Serpiente», como le llamaban los nativos, los escupiera en el Atlántico sin darles indicio alguno de El Dorado que tanto buscaban.









