Por Jennifer Betancourt
Dalila se levanta asustada al darse cuenta que Arí no estaba a su lado. Lo buscó por la maloka, pero no lo encontró. Se dio cuenta de que se había perdido y avisó a todos para que le ayudaran a buscarlo. Mientras tanto, se sentó para pensar dónde estaba.
Dalila lo llama:
Arí, Arí
de azucarí
o cumbarí,
¿a dónde te has ido?
Ella se sentía muy cansada, se dio cuenta de que aún está un poco chumada y les cuenta a sus amigos para que le ayuden. Uno de ellos le dice que descanse, que no se preocupe, que lo buscarán.
Luca, uno de los amigos de Dalila, encuentra a Arí cerca al río y le dice:
—Te estábamos buscando, Arí.
—Escuché cómo en el sartén hervían las estrellas y vine al río a sacarlas…, ¡pero ya no están!
—No te preocupes, las estrellas ahora están durmiendo y despiertan en la noche.
—Entonces esperaré la noche. Me gusta un lugar de asombros cotidianos, subir a la noche por escaleras de aire y asistir allí todas las noches para verlas.
—No te preocupes, Arí. Muy pronto las verás, pero vamos a la maloka, tu mamá te busca.
De regreso, Arí dice:
Es tiempo de aguas
y entre los nidos de ella
se sostiene
el nido de asteroides
—Eres el hijo de una madre tierra. Eres un niño asteroide —dice Luca.
Arí sonríe.
Cuando entran a la maloka, Dalila le pregunta:
Arí, Arí
de azucarí
o cumbarí,
¿a dónde has estado?
—Madre, fui al río. Escuché como en el sartén hervían las estrellas.
—No te preocupes, ellas despertarán al ascender la noche.









