Por Esteban Piñeros
En el principio creó Dios los cielos y la tierra con colores vibrantes. Era una obra maestra de la publicidad. Aunque después sus jefes decidieron que era un concepto polémico para vender bebidas alcohólicas. Entonces prefirió irse a su casa para armar una buena fiesta del fracaso con los productos que regalaba la compañía. Dios produjo los aperitivos y acomodó los sillones.Todos bebieron hasta que separaron las aguas de las aguas, las dejaron correr por el sanitario y se marcharon. Gracias Dios por poner la casa; por ser tan chévere. A Cristina no le gustaba ese apodo porque podría caerle mal a algunas mentes sensibles, incluida su propia mamá, que hacía mala cara cuando iba a visitarla de sorpresa y ella tenía uno de sus seguidores en casa. Dios, bendíceme con tus dones y restriégamelos en la cara, le escuchó a uno de ellos decir enfrente de la señora. Dios esto, Dios aquello. Pero qué se le iba a hacer si no le decían «Dios» porque fuera una gran diseñadora ni porque sus obras parecieran divinas. Su alias se quedó por una apuesta de borrachos en la que salió victoriosa y aun cuando terminó todo, la gente la seguía llamando así.
Fue la mañana del día séptimo y Dios, que era Cristina, separó las tinieblas de la luz arrastrando la cuerda de la persiana hacia ella por lo menos unas quince veces. Las franjas brillantes lo denotaron así, una separada de la otra por un intervalo de oscuridad. Luego se levantó de la cama, o lo intentó, pues un poderoso imán le regresó la cabeza devuelta con la almohada. Eran los revueltos y las vueltas que había dado en la pista de baile improvisada de su sala. Eran los crossovers de merengue y reggaetón viejito, pero más los revueltos de vodka y ginebra, de los que se dio gusto muy a pesar de su autoconciencia.
Se quedó un momento más bajo las cobijas hasta que su celular se cayó de la mesita de noche con dos notificaciones. Dios lo recogió algo molesta y su estómago protestó por ello. Se volvió a acomodar en la cama y, una vez más, el aparato infernal ese volvió a tocar el suelo con el mismo choque de metal pesado y cristal. Maldita sea. Y lo recogió de nuevo teniendo que mover su vejiga llena y su hígado irritado. Era Mónica, otra de las invitadas. Llegamos bien, gracias por todo. Un mensaje de ayer que no había llegado porque el estúpido wi-fi estaba fallando y nadie había venido a la casa a revisarlo todavía.
Se quedó otro rato mirando el techo, imaginando el estado de las cosas que fueron creadas por ella. Los flyers o volantes, algunas ilustraciones. Nunca había podido hacer una pintura al óleo que le gustara, pero no por eso había dejado de intentar. Parpadeó un par de veces y comprendió que no aguantaría más las ganas de orinar, ni la boca seca.
Y el Espíritu de Dios se movió sobre el alfombrado sintiendo la pelusita bajo los pies. Pisó la baldosa y ya estaba en el baño, pero le esperaba una sorpresa. Eran los pasa bocas, las galletas de sal, los chitos y los doritos, todo rociado con aderezo de alcohol. Era el contenido de un estómago desconocido que había dejado su rastro por las paredes de la taza infectando con su olor a borrachera. Hasta en el piso había un poco de vómito como esparcido con jeringa. Y Dios vio que no era bueno porque le tocaría limpiar esa mierda sin que su omnisciencia le bastara para descubrir al culpable. De pronto alguien le soplaría, pero, ¿para qué?, ¿para reclamarle vía chat y que se le cayera la cara de la vergüenza por lo menos?, ¿para contárselo a alguien más? Neee. Dios es misericordiosa con sus fieles.
Entonces entró al otro baño y cerró la puerta tras de sí, aunque en la casa no hubiera nadie más, e hizo Dios la evacuación. Luego caminó a la cocina y un hilo de sangre brotó de su dedo gordo al pisar un vaso roto con lo que quedaba de un vodka en la mitad del pasillo. Lo peor, definitivamente, no era el hecho de que le estuvieran acabando con la poca loza que tenía. Lo peor era el reguero: el reguero y el culpable ausente. Entonces la ira de Dios surcó el aire y se disparó contra los seres vivos y los seres inertes, contra los conceptos abstractos.
Vida triplehijueputa. La santa trinidad de los insultos. La madre, el hijo y las profesiones antiguas. Una oda a las situaciones desfavorables. ¿Una fiesta en tu casa que vives sola en tu propio reino? No vuelvo a hacer es pero nada. Y así mientras volvía al baño limitando el uso de su pie izquierdo a solo el tobillo. Para que no le doliera, claro, pero sobre todo para no derramar más sangre por el piso que después tendría que limpiar.
Mientras se frotaba con alcohol antiséptico y se colocaba una curita, Dios pensó en los dedos de los pies y se preguntó si tenían nombre como los de las manos. Existía el dedo gordo, el origen de su sufrimiento y angustia, pero, ¿y los demás? Eran cuerpos que necesitaban ser nombrados, así como fueron nombrados el día y la noche. Llamó al pequeño masoquista porque era como si disfrutara el contacto con los bordes de los muebles, y vio Dios que era bueno.
Cuando Dios terminó con los primeros auxilios de su dedo, se dedicó a recoger los vidrios rotos con el recogedor y los transportó a la cocina, desde dónde empezaría a limpiar. Afuera de su cuarto, el caos se había apoderado del mundo. Vasos en el comedor, platos sin lavar, botellas vacías. Un vistazo adentro de la caneca de la basura fue suficiente para perturbar aún más los ánimos. Esta vez se trataba de un sobre rasgado de preservativo con su contenido en la incertidumbre.
Ella pensó que si revolvía la caneca en su búsqueda (que igual no iba a hacer) no lo iba a encontrar. Con suerte, el condón perdido se hallaría tranquilamente en el bolsillo del usuario, pero lo que Dios temía era que un día se topara con él bajo una cama o sobre el lavamanos. Así que lo buscó por diez minutos con los ojos en el piso y en las superficies planas. En el escritorio, en los dos baños, esquivando vómito y basura, sin resultado. Muy rápido se vio impotente ante un condón escurridizo y una nueva ronda de improperios salió de su boca. Que ojalá se les haya roto y que en nueve meses sean castigados con la bendición de traer un nuevo ser a la tierra. Luego recordó el guayabo, la boca seca y un nuevo síntoma, un martillo golpeándole la cabeza desde atrás.
Y fue la mañana del séptimo día y prefirió tomar un Alka Seltzer con agua y preparar el desayuno antes que lidiar con la tierra desordenada y vacía. E hizo Dios huevos rancheros con salchichitas, café, y picó un poco de fruta, y los sirvió a su preferencia. Luego se dirigió a la sala y vio Dios sus sueños en un caballete. Algún día sus pinturas estarían en una galería de arte. Lo de la publicidad era provisional, ella lo sabía. Pero tendría que trabajar mucho para que funcionara. Mejorar los trazos, compactar las formas, afinar un poco la perspectiva. Hasta ahora su creación estaba incompleta. Le faltaba inspiración y disciplina. Es más, debería poner manos a la obra de inmediato, mientras hay tiempo, porque se le pasará la vida pensando que siempre habrá tiempo para dejarlo hasta una ocasión donde haya más tiempo, pero su dolor de cabeza…
Y dijo Dios: ¡Qué guayabo! Y pensó que Roma no se había hecho en un día y el mundo mucho menos en siete y, por el contrario, necesitaba reposo, para compactar los sedimentos, para evolucionar, inspirarse, limpiar el mierdero y quitarse el guayabo de encima.
Vio Dios todo lo que había hecho hasta ahora y le pareció bueno en gran medida, a pesar de lo poquito, y se fue a dormir, descansando la tarde y la noche del día séptimo.









