Ester Tulia

Colectivo y revista literaria.

El pacto de Arita
Por Nadia Paola Sánchez

Una noche le pregunté a Tata, el abuelo, ¿cómo dices que nació nuestro tótem? Él nos contaba esa leyenda una y otra vez en las noches, la cual empezaba con una advertencia: esta historia no es solo para dormir, es para que tengas cuidado y aprendas a respetar.

Una tarde llena de hojas y viento, colores amarillos y rojos en el cielo, pudo percibirse una gran luz que caía quién sabe de dónde. En ese momento, un gran rugido se escuchó. Nuestros ancestros corrieron al lugar que está atrás de la colina sagrada. Cuentan que brillaba mucho, era color rosa, pero se fue apagando poco a poco.

Todos sentían una paz indescriptible, esa luz traía consigo algo que emanaba un calor, como el que sientes cuando tu madre te abraza contra su pecho para protegerte, era el amor puro, decían.

Cuando el destello desapareció por completo pudieron ver un huevo color plata y oro. Con cautela se acercó nuestro Viris, el jefe de la tribu, y muy despacio acercó su mano al huevo que se abrió de repente. Dentro estaba nuestro Rosani, el padre de nuestro delfín rosado que emitió un fuerte sonido como si le doliera algo. Arita, la pequeña hija de nuestro Viris, se acercó para abrazarlo, y gritando le pidió a su padre que trajera agua, pues si no bebía, moriría. Entre todos nuestros fuertes guerreros levantaron el huevo para llevarlo al río. Arita tenía un don especial y, de alguna forma, sentía y escuchaba lo que Rosani le decía, ella hizo su conexión.

Una vez en el río, Rosani dejó de emitir el fuerte sonido y se dio paso entre las otras especies para entregarnos a sus pequeños hijos. El río, que alguna vez fue cristalino, se tornó de un hermoso color rosa, su agua ahora era curativa y mantenía a nuestros antepasados fuertes y sanos. Nuestra tierra era fértil y el equilibrio de nuestros recursos se sustentaba por nuestros cuidados.

De repente, un día llegaron a nuestras tierras los hombres de afuera. Al ver lo que hacían nuestras aguas quisieron apoderarse de ellas. Cada vez llegaban más, pero nuestro Viris les dijo que ya no podían venir ni usurpar nuestros recursos. Inició una guerra entre los extraños y nuestro pueblo. Arita, al ver esta guerra, hizo un trato con Rosani para protegernos a todos, así que habló con su padre y se entregó al río. En ese momento, hubo un fuerte temblor que abrió por completo la montaña, toda nuestra gente corrió a las orillas para resguardarse y la montaña cayó por completo ocultándose a todos. Solo unos pocos se quedaron afuera dando su vida a cambio de que nuestros recursos quedarán a salvo.